domingo, 21 de agosto de 2011

Altos Tatras, Eslovaquia: 3ª Ruta: Subida al paso Sedielko

Para el último día en las montañas de los Altos Tatras, Valerian nos había preparado otra súper ruta. Si bien de menos dificultad que el día anterior, también tenía un buen desnivel ( 1100 mt) y 20 km de distancia. Pero no habíamos ido tan lejos para volver a quedarnos en casa. Así que todo el grupo acepto caminar sin tener hora fijada para la vuelta y nos decidimos a ir. Solo faltaron Mª José que había pasado mala noche y Vicente, que como amante esposo se quedo a cuidarla y Fernando, que estaba lesionado.
Para evitar que el autobús estuviera demasiadas horas en la carretera y nosotros no tener limitaciones a la hora de acabar, decidimos ir en tren y teleférico hasta el inicio de la ruta. Esto le añadió un tono festivo a la misma, ya que pudimos comprobar la gran afición que hay en Eslovaquia al senderismo. El tren iba a tope de gente que subía a caminar. Familias con niños pequeños, chicos y chicas muy jóvenes…y hasta una monja con su toca y sus zapatillas de montaña.
Con todo este ajetreo empezamos algo tarde a caminar, pero el hecho de conocernos mejor todos los compañeros y la belleza del lugar, hizo que la primera parte, la del bosque, hasta la llegada al primer refugio, fuera un ameno paseo. Una seta trabajada a partir del tronco de un árbol cortado le da un pintoresco ambiente a este refugio. Parece una casita de madera habitada por gnomos del bosque. Descansamos un poco y continuamos nuestra caminata.
A la vez que el bosque se despajaba iban apareciendo las montañas, majestuosas y hermosas. El valle Studena iba apareciendo esplendoroso ante nuestros ojos. Quiero reseñar lo bien cuidados que están los caminos. Parecen las antiguas calzadas romanas. Subías la pendiente por escaleras casi perfectas. Otra vez un porteador muy joven subía cargado con los víveres. No deja de ser impresionante verlos subir con semejante carga a la espalda.
El segundo refugio ya estaba a la vista, pero aun faltaba el tramo más difícil. Debajo de una cascada un poco pobre en agua, pero espectacular en su alta caída hice una parada para disfrutar de la vista y de mi música. En ese momento caminaba sola. Los más rápidos iban muy delante, y los demás, por detrás. Fue un momento mágico para mí. Sabía que con la ayuda de mi música encontraría la fuerza para terminar.
Cuando llegué al refugio, me estaba esperando Rafa con una cerveza bien fresca. Todo el mundo estaba tomando el sol, frente a un lago. Mi amiga Carmen, Mila y yo nos felicitamos por haber llegado tan lejos. Después de refrescarnos, salimos a cubrir el último tramo. Nada más dejar atrás el lago, una fuerte pendiente nos subió hasta un collado desde donde, en un momento que pude mirar hacia arriba, un grito y una carcajada me salieron de la garganta.
Que estaba viendo? Una cordada de gente subía por un peñasco trepando por cadenas. No esperaba esa dificultad. Además, Valerian no despejaba la duda de si teníamos que subir por allí o no. Fue un rato divertido. Al final, no tuvimos que subir por las cadenas, ya que se trataba otra ruta.
La nuestra no era tan arriesgada, pero si muy dura. Un tramo de algo parecido a unas escaleras realizadas con enormes troncos facilitaban la subida por una pedrera durísima. Los supuestos escalones de troncos eran tan altos, que no me llegaban las piernas. Sufrí mucho en ese tramo, pero valió la pena. Para todo el mundo fue duro, que después me lo dijeron, pero yo solo puedo contar lo mío. Una vez arriba, un viento helado recorría la cima. Nos abrigamos bien y empezamos un descenso de vértigo. Nos contó un buen rato encontrar un lugar donde refugiarnos para comer. Al final, no lo encontramos y en el lugar menos inhóspito nos dispusimos tomar un poco del merecido refrigerio. El buen humor reinaba cuando vimos a un ciervo a lo lejos. Nos distrajo un rato del frio que estábamos cogiendo. Sin perder tiempo, recuperamos el sendero que fue dejando ante nuestros ojos el valle Javorova. Este bosque es más umbrío que los otros, por lo que está lleno de helechos, de musgo y de praderas llenas de verdor. El rio Javorinka nos acompaña en los últimos km. La música de sus aguas cristalinas nos hacia olvidar el cansancio de 9 horas de caminata. Había valido la pena. Una vez más.





1 comentario:

L. Gispert dijo...

Hermosísima ruta, Merche, espectacular. Vamos, de las que crean afición. Se sube a las montañas porque son hermosas y un@ se siente feliz, aunque el esfuerzo -con su alegría- es indispensable para ver de cerca la belleza.

Seguro que, estimad@s amig@s, conservareis un recuerdo emocionado de esos bellos momentos disfrutados en esas bellas montañas.

El vídeo, amiga Merche, me ha hecho emocionar.

Abrazos,

Luis.